Manda la tradición católica que no se coman carnes rojas el Miércoles de Ceniza, todos los viernes de Cuaresma, y el Viernes Santo (algunos incluyen el Jueves Santo). Así que dicha tradición no entra en ninguna colisión con que el plato tradicional de esta temporada sea uno a base de carnes rojas: el chorizo. Valgan verdades, me revienta un poco el tener que esperar hasta esta época para poder disfrutar de un -o dos- plato de chorizo, así que de vez en cuando, no importa si es en agosto, junio o enero, convenzo a mi madre para que lo prepare.
Su ejecución es relativamente sencilla: carne de cerdo y de res, a partes iguales, molida y convenientemente condimentada, cocinada a la sartén con papas blancas y servida con una ensalada de lechuga, cebolla, zanahoria cocida y betarraga ídem. Una de las mayores maravillas que para mí existen es un gran bocado de algo de carne y lechuga. No sé si sea un mero transportarse a la infancia o es que simplemente es la cosa más deliciosa del mundo.
En Semana Santa, mi madre prepara este platillo una sola vez, así que no queda otra que buscarlo en restaurantes, huariques y kioskos callejeros que por estos tiempos semanasantescos proliferan en esta sufrida pero disfrutable ciudad.
Y... bueno, ahí lo dejo, salgo volando a buscar un choricito...
domingo, 17 de abril de 2011
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