jueves, 14 de abril de 2011
Otra de mondongo
Domingo a la mañana. A la salida del cementerio, adonde Meda y yo fuimos llevando unas flores, se nos ocurre entrar a uno de los restaurantes que hay ahí, precisamente, en la llamada Alameda del Cementerio. Es domingo pues, y como no puede ser de otra manera, nos pedimos un par de platos (¿o deberíamos llamarlos tazones?) de mondongo. El mío con todo, es decir, con la hierbabuena, el perejil, el ají, el limón y el coloradito. Meda lo prefiere sin este último, con lo cual el rico mondongo se convierte en una prosaica patasca huanca pero, en fin, tampoco nos vamos a poner regionalistas. La cantarina conversación se va acompasando, a medida que las cucharas van cumpliendo su labor de ir disminuyendo poco a poco el humeante contenido de los tazones, ya lo dijo no sé quién: el silencio es la mayor prueba de que el combo está buenazo. Entre el ir y venir de los bocados, casi no nos damos cuenta que entra una señora al restaurante y se acerca a la mesa de al lado. Toda una matrona huamanguina, debe estar de luto, a juzgar por lo oscuro de su pollera, su chompa y su sombrero, hace rato que ha sobrepasado la condición de cincuentona. Meda es la que está más cerca, así que a ella se dirige: "buenos días señorita, ¿este es el restaurante de Mama Juanita?" La verdad es que esta es la segunda vez que vengo al lugar. La primera me trajo también Meda y creo que me estoy aficionando. Así que no estoy en condiciones de responder a la pregunta de quién es la propietaria del local. Meda sí y su respuesta es afirmativa. Sólo ante el monosílabo es que la señora decide sentarse. Viene el mozo, la señora repite la pregunta, el muchacho dice que sí y recién la dama pide su respectivo plato tazón. Como quien se dirige a nosotros y al mismo tiempo no lo hace, la señora comenta que pidió un mondongo "una cuadra más arriba" y le sirvieron un plato donde entre los granos de maíz campeaba medio clandestinamente algo de... ¡sémola! Indignada, alzaba la voz la señora, "¡yo también sé hacer el mondongo y nunca, nunca le he echado sémola, eso no se hace!". ¡Sémola!, pienso yo, ¿a quién michi se le ocurre? Y es que no, no se trata de fundamentalismo, simplemente hay cosas que no se pueden hacer pues.
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