martes, 13 de noviembre de 2012

Nostalgias I

Como todo el mundo sabe, los recuerdos tienen textura, sabor, olor, temperatura. Mi más precisado ejemplo: cada vez que llueve sobre tierra suelta, se desprende un olor a tierra mojada que inevitablemente me lleva a mis 8 o 9 años de edad. En esa época, un día que no puedo precisar, iba camino a la casa de Mama Antu, mi querida tía, en la entonces Urbanización Las Nazarenas, hoy convertida en el distrito de Jesús Nazareno, cuando empezó a caer una fina llovizna. El polvo del suelo se empezó a levantar, pero no mucho, dando paso a un olor a tierra húmeda que no he llegado nunca a -ni intentado jamás- olvidar. Siento que ese es el olor de mi infancia. Cada vez que llueve sobre tierra suelta, repito, el olor me dice que soy niño otra vez y estoy yendo a casa de mi tía Antonia, quién sabe con qué encargo de mi madre.


Y ya que estamos en música, tengo otro recuerdo oloroso. Cursaba mis años universitarios limeños allá a inicios de los noventa. Con mi compadre el Peparias nos propinábamos unas trancas fenomenales de sábado de las que convalecíamos el domingo por la mañana en su pequeño departamento. En cierta época, no sé por qué razón, era inevitable entre el ardor de la resaca escuchar a Mick Jagger y compañía tocando Time Waits For No One en un bastante trajinado cassette. Como es de dominio público, hay una costumbre en ciertos sectores limeños de desayunar tamales los domingos. Pues eso es lo que hacíamos: mientras oíamos a los Stones, nos empujábamos el rico tamal, uno de esos grandes, rellenos de chancho o pollo, con su salsita criolla y su pan francés de acompañamiento.

Desde entonces, en mis oídos -yo me entiendo- Time Waits For No One sabe a tamal de domingo. Tanto como Don't Stop Me Now de Queen sabe a pisco con limón cortado un día antes y Child in Time de Deep Purple a vodka con gelatina de naranja sin cuajar. Pero esas son otras historias.

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