martes, 28 de abril de 2009

Una presentación de libro

Uno de los eventos que más aburridos me parecen es la llamada "presentación de libro", es decir, aquella ocasión más o menos solemne, dependiendo esto del autor o los organizadores, donde se anuncia al mundo que un nuevo escrito ha salido a circulación -o a la venta, que no es lo mismo, pues conozco a más de uno que ha terminado regalando casi el íntegro del tiraje de su novela, ensayo, libro de cuentos o mamotreto similar-. Generalmente, en tales ocasiones (hablo sobre todo de Ayacucho, donde he acudido a un sinnúmero de pedazos de presentación de libro -generalmente no me soplo el acto entero-), el auditorio se llena, es un decir, de familiares, amigos, algunos culturositos a los que se ve siempre en actos de esta laya y, sobre todo, de los colegas del autor, los cuales comparten con este el mismo espacio, llámese asociación, círculo o cosa parecida, que según un buen amigo debería llamarse mas bien sociedad de floreos mutuos. Y es que siempre los comentaristas terminan afirmando que el texto presentado es, por decir lo menos, el cénit, la quintaesencia, el punto más alto de la literatura mundial, y que el autor es, lo menos, Cervantes redivivo. Nunca he creído en esto de las asociaciones de escritores. Desde muy joven, es decir, desde hace mucho tiempo, me ha parecido siempre el escritor un lobo solitario, cazando solo entre las sombras de la noche, nunca, jamás, en manada. Así pues, el hecho de que los que algo tienen con el ejercicio de la escritura se junten y anden en manada, me parece como de lo más antinatural. Tal vez cago fuera del water, pero de ese caballo no me bajo: el escritor tiende a ser solitario, al menos frente a los otros animales de su especie. Entonces, en esto de andar floreándose entre los miembros de la misma asociación encuentro yo algo detestable. Bueno, al menos, en algunos casos, un buen "número musical" puede sazonar un poco el asunto, pero no puedo evitar una cierta sensación de aburrimiento cuando me invitan a una de estas presentaciones y, sobre todo, cuando por equis razones no me puedo negar. Tal vez sea por esto que cuando perpetré un libraco de relatos, hace ya un ramillete de años, y lo publiqué con mi propio peculio (de narcisistas tenemos todos algo, ¿no?), frente a la pregunta de varios amigos acerca de cuándo sería el asunto, opté por la fiesta: con el nombre de presentación de libro organizamos en casa de mi compadre Ludwig un fiestón que, para justificar el nombre, empezó con unas breves palabras del dueño de casa, brevísimas en realidad, luego la lectura de un par de párrafos y de ahí a tonear sabroso. El rock y el alcohol se encargaron del resto. Total, que los libros se defiendan solos, ¿no?

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