martes, 28 de abril de 2009

Ayacucho de aniversario

Muchos años han pasado ya desde que los españoles fundaran nuestra ciudad, aunque no lo hayan hecho precisamente aquí. Sucede que allá por enero de 1539 se realizó dicha fundación, pero a unos kilómetros de lo que ahora es la ciudad de nuestros amores y desamores. Ese primigenio lugar se llama ahora Huamanguilla y es un lugar bastante frío, no solo por la altura sino por lo expuesto que está a los gélidos vientos del atardecer, sea en verano o en invierno. Sucede que el primer libro del Cabildo de la Ciudad de San Juan de la Frontera (nombre con que se fundó la ciudad) se perdió, por lo que hasta ahora no se tiene la fecha exacta de fundación. De acuerdo con Cieza de León, ello ocurrió el 9 de enero de 1539, aunque en el mismo libro del Cabildo de Huamanga y en trabajos de investigación posteriores aparecen otras fechas como el 29 de enero, el 28 de febrero y el 7 de marzo de 1539. En fin, la fecha de fundación es territorio donde diversos historiadores se han estado y se siguen agarrando a pañuelazos, cosa divertida y digna de verse. Lo que no se perdió fue el segundo libro del mentado Cabildo. Y ahí consta que los españoles fundadores se juntaron el 1 de abril de 1540 y, basados en algunas exploraciones, discutieron si quedarse en el mismo lugar o refundar la ciudad en los parajes denominados Cochas o Chupas. Como sucede generalmente en estos casos, no hubo acuerdo, por lo que se nombró una comisión de nueve españoles que debían explorar los mencionados lugares y determinar cuál era el más adecuado. Bueno pues, ni Chupas ni Cochas. Sucede que, en el camino, los exploradores se toparon con el llano de Pucaray y les pareció tan paja el lugar que en su informe recomendaron el traslado a esta zona: nada montuosa, fuerte para la defensa, apacible, de clima templado, etc. Así, se fundó el 25 de abril de 1540 nuevamente la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga, en este nuevo lugar. Dos años después, a raíz de la victoria realista sobre los almagristas en el llano de Chupas, el nombre cambió a San Juan de la Victoria de Huamanga. No sé hasta cuándo se llamó así; solo sé que como Huamanga se conoció oficialmente hasta 1825, cuando a Bolívar se le ocurrió cambiarle el nombre a Ayacucho. Pero nosotros somos tercos, y huamanguinos nos seguimos llamando. En fin, que 470 años han pasado ya y mucha agua ha corrido bajo los puentes. Para muchos de nosotros, aquí es donde queremos hacer nuestra vida y construir nuestros sueños, más allá de la pobreza imperante, sean el desorden al que nos condenan nuestras autoridades y la contaminación que debemos respirar y oir día a día, los que nos hagan tomar a broma cosas como "el sitio es sanísimo, porque ni el sol, aire ni sereno hace mal, ni es húmida ni cálida, antes tiene un grande y excelente temple de bueno..." (Cieza de León, Pedro. En: Huamanga, una larga historia. Lima: CONUP, 1974).

Una presentación de libro

Uno de los eventos que más aburridos me parecen es la llamada "presentación de libro", es decir, aquella ocasión más o menos solemne, dependiendo esto del autor o los organizadores, donde se anuncia al mundo que un nuevo escrito ha salido a circulación -o a la venta, que no es lo mismo, pues conozco a más de uno que ha terminado regalando casi el íntegro del tiraje de su novela, ensayo, libro de cuentos o mamotreto similar-. Generalmente, en tales ocasiones (hablo sobre todo de Ayacucho, donde he acudido a un sinnúmero de pedazos de presentación de libro -generalmente no me soplo el acto entero-), el auditorio se llena, es un decir, de familiares, amigos, algunos culturositos a los que se ve siempre en actos de esta laya y, sobre todo, de los colegas del autor, los cuales comparten con este el mismo espacio, llámese asociación, círculo o cosa parecida, que según un buen amigo debería llamarse mas bien sociedad de floreos mutuos. Y es que siempre los comentaristas terminan afirmando que el texto presentado es, por decir lo menos, el cénit, la quintaesencia, el punto más alto de la literatura mundial, y que el autor es, lo menos, Cervantes redivivo. Nunca he creído en esto de las asociaciones de escritores. Desde muy joven, es decir, desde hace mucho tiempo, me ha parecido siempre el escritor un lobo solitario, cazando solo entre las sombras de la noche, nunca, jamás, en manada. Así pues, el hecho de que los que algo tienen con el ejercicio de la escritura se junten y anden en manada, me parece como de lo más antinatural. Tal vez cago fuera del water, pero de ese caballo no me bajo: el escritor tiende a ser solitario, al menos frente a los otros animales de su especie. Entonces, en esto de andar floreándose entre los miembros de la misma asociación encuentro yo algo detestable. Bueno, al menos, en algunos casos, un buen "número musical" puede sazonar un poco el asunto, pero no puedo evitar una cierta sensación de aburrimiento cuando me invitan a una de estas presentaciones y, sobre todo, cuando por equis razones no me puedo negar. Tal vez sea por esto que cuando perpetré un libraco de relatos, hace ya un ramillete de años, y lo publiqué con mi propio peculio (de narcisistas tenemos todos algo, ¿no?), frente a la pregunta de varios amigos acerca de cuándo sería el asunto, opté por la fiesta: con el nombre de presentación de libro organizamos en casa de mi compadre Ludwig un fiestón que, para justificar el nombre, empezó con unas breves palabras del dueño de casa, brevísimas en realidad, luego la lectura de un par de párrafos y de ahí a tonear sabroso. El rock y el alcohol se encargaron del resto. Total, que los libros se defiendan solos, ¿no?

martes, 7 de abril de 2009

25 años

Una sensación combinada de nudo desatado en la gargante, tensión que se va y alegría que viene es lo primero que siento al iniciarse la lectura de la sentencia. Ya el doctor César San Martín ha empezado la sesión indicando que el acusado ha sido hallado culpable de los 4 cargos que se le imputan en este primer juicio -y el más importante, creo-.
A la avalancha de correos electrónicos se suman las llamadas de y a los amigos. Todos emocionados, algunos aún no se la creen, hay de todo, alegría extrema, sensación de alivio, optimismo, esperanza. Uno me llama al borde del llanto para decirme que ha empezado a reconciliarse con el Perú, este díscolo país capaz de elegir y reelegir a sus propios verdugos. Otro simplemente para gritar ¡culpable!, y colgar sin decir más nada. Como se darán cuenta fácilmente, no tengo amigos fujimoristas.
Es momento de celebrar, creo, y también de mirar hacia adelante con optimismo. Claro, es una mierda saber que hay tanta gente convencida, algunos, de la inocencia del delincuente, y otros, peor aún, que la barbarie era necesaria. Pero hay momentos históricos pues, momentos en que uno cree que las cosas pueden ser diferentes, aunque las encuestas nos digan que la hija del reo tiene "posibilidades". Es un momento en que hay que rescatar el aspecto pedagógico de esta sentencia, que nos enseña que no se puede combatir crueldad con crueldad; contraponer autoridad moral a la barbarie es sinónimo de superioridad.
Hoy tengo la sensación de que es nuestro país aún uno viable. Hoy un poquito más que ayer. Queda entonces mucho por hacer, pero de eso nos preocuparemos mañana. Hoy nos toca celebrar.
* La ilustración de este post la obtuve aquí.