Cada vez que viajo a algún sitio nuevo, me encanta ir al mercado. En los mercados del Perú suelen haber puestos de comida, artesanía, jugos de frutas, etc. Creo que son buenos indicadores -compendios diría yo- de lo que son las ciudades en general. Por ejemplo, me gusta mucho el Mercado de Cuzco, el que queda frente a la estación del tren. Tiene una sección de flores que es una maravilla y su sección de comidas, sobre todo de caldos, es genial. Lástima que no brille por su limpieza en general y ese es el punto flaco.
En Ayacucho tenemos un mercado que ha cumplido ya los cien años. Nombrado Andrés Vivanco en honor a algún burócrata de hace muchos años, es un lugar al que siempre me gusta ir. Más allá de los puestos de aves, de carnes, de verduras y frutas, tiene una sección de refrescos que es muy surtida: además de las infaltables chichas de jora y de maíz morado, hay refrescos de níspero, de habas, de maní y de etc. Justo al lado un par de puestos de muyuchi, esto es, de helados hechos a la manera antigua, es decir, de la forma en que se hacían los helados cuando en esta noble ciudad no había luz eléctrica y menos congeladoras: con un recipiente grande con bloques de hielo que se traían del Apu Rasuhuillca y otro más pequeño dentro, con la señora muyuchera dando vueltas a este, donde se han puesto los ingredientes. Es lo máximo ver como el helado se va formando en las paredes internas del recipiente a medida que este va dando vueltas. Acompañar este helado con unos bizcochitos de yema comprados en, cómo no, la sección panadería, donde hay chaplas, bizcochos, bizcochuelos y huahuas que es un festival, es lo máximo.
También tiene el mercado su sección artesanía, el cual va cambiando de mercadería de acuerdo con la temporada. Es una cosa viva, vivísima, donde se pueden comprar chompas de alpaca en invierno, tinyas, quenas y guitarras en carnaval, ponchos teñidos con nogal todo el año y toda la variedad de artesanía que esta tierra de artistas puede producir. En la sección jugos acostumbro últimamente tomarme uno de piña con siciliana, buena para el hígado, que a estas alturas de la vida ya quiere pasarme factura. Puede también uno reemplazar el almuerzo con un jugo especial, ese que es una acumulación deliciosa -y pesada- de frutas, leche, huevo, miel y su toque de cerveza negra, si quieres. También me gusta mucho el de piña con naranja.
La sección de combo es lo máximo. En el desayuno puedes ir al puesto de una cajamarquina que todos conocen, un café con leche y una chapla enorme con huevo puede sonar prosaico, pero vayan y prueben pues, a ver qué dicen. En la extensión del mercado, es decir en la parte que da a Santa Clara y que no forma parte del edificio principal, hay tres o cuatro puesto de chicharrones. Espectaculares. Con Chicho y Choli acostumbrábamos en cierta época ir a uno de ellos con una bolsa de chaplas y una botella de vino que la vendedora admitía por ser clientes viejos... En el siguiente pasadizo están las vendedoras de mazamorra. No soy muy dado a ellas, ni el arroz con leche ni la mazamorra morada ni las de nísperos o manzanas o duraznos me llaman la atención. Solo una: la llipta. Una mazamorra de un color marrón poco apetecible, pero a la que hay que asaltar a cucharazos para saber lo que es bueno. Hecha de un maíz especial, es la única mazamorra del mundo que me quita el sueño. También hay puestos de cuyes, puca, caldos de gallina, cordero, cabeza, mondongos, en fin, un mundo.
Sé que en varios lugares hay proyectos de remodelación de mercados, de "puestas en valor" para efectos turísticos. Como saben quienes me conocen, el turismo me importa poco o nada, detesto a esa hordas mayoritariamente ignorantes que toman Huamanga por asalto sobre todo en Semana Santa. Pero creo que el Mercado Central debe recibir más atención. No para el disfrute de los turistas sino para el nuestro. Debo decir con orgullo que este es más limpio que el del Cuzco (sorry, amigos cuzqueños), pero igual necesita una "puesta en valor" para constitutir uno de esos lugares de encuentro que todo pueblo se merece.
Mientras tanto, sigo disfrutando del mercado este, aunque sea solo con el pretexto de comprar algún precocido en el puesto de la señora Lucía Gallo (al lado de la Ermita), que siempre saca de apuros cuando no hay mucho tiempo para cocinar y necesitamos algunas menestras o patitas o panza de res ya cocidas para el rico almuerzo...
lunes, 25 de julio de 2011
De lo militar en la vida civil, o felices fiestas
Se acercan Fiestas Patrias y, para variar, se ha de organizar el Desfile tradicional con tal ocasión, con banda militar, paso de ganso y todo. Y como siempre, me pregunto, ¿no hay maneras, digamos, más civiles de celebrar nuestra independencia? ¿Es este el país solo de Grau, Cáceres y Bolognesi? ¿No es también el país de Mariátegui, González Prada, Palma, Vallejo, Varela, Ribeyro, Vargas Llosa, Lolo Fernández, López Antay, Cubillas, Lucha Fuentes, Claudia Llosa, Watanabe, Gastón Acurio, García Zárate y un largo y casi interminable etcétera?
Pareciera que la lógica militar ha secuestrado el concepto de Patria, al punto que solo podemos celebrar con marchas militares, paso de ganso, escoltas y demás parafernalia militarista. Y lo peor es que dicha lógica ha calado en nuestra mentalidad al punto que solo podemos entender la disciplina como la impuesta verticalmente, que nace de una obligación externa más que de una autoimpuesta. Recuerdo hace unos pocos años, cuando una profesora de un colegio nacional emblemático de este sufrido Ayacucho me contaba que unos cincuenta alumnos de la promoción pasarían el fin de semana en el cuartel "para que aprendan lo que es la disciplina".
Así que eso. Es una necesidad, creo yo, que empecemos a ver las cosas un tanto más civilmente. Las Fuerzas Armadas no son "instituciones tutelares", porque la tutela solo la precisan los menores de edad y creo que, como nación, no lo somos. Empecemos a celebrar nuestra nacionalidad y orgullo con concursos literarios, con corsos artísticos, folklóricos, con conciertos de rock, cumbia, huayno y jazz, con música, parrillada y chelas, con una fiesta, en fin, civil. No quiero decir que sustituyamos la fiesta militarizada, pero más peso a la vida civil pues, que es nuestra cotidianidad. ¿O nos alucinamos Esparta?
No es más patriota el que logra acompasadamente hacer un ángulo de 90 grados con sus piernas. Lo es el que se saca la mierda por este país, porque simplemente lo quiere, cotidianamente. Lo es el que asume que la corrupción, la discriminación y demás vainetillas -chicas y grandes- no son ningún adorno para ninguna nación sino todo lo contrario, lacras, baldones que hay que extirpar por amor a nuestra tierra y a nosotros mismos.
Pareciera que la lógica militar ha secuestrado el concepto de Patria, al punto que solo podemos celebrar con marchas militares, paso de ganso, escoltas y demás parafernalia militarista. Y lo peor es que dicha lógica ha calado en nuestra mentalidad al punto que solo podemos entender la disciplina como la impuesta verticalmente, que nace de una obligación externa más que de una autoimpuesta. Recuerdo hace unos pocos años, cuando una profesora de un colegio nacional emblemático de este sufrido Ayacucho me contaba que unos cincuenta alumnos de la promoción pasarían el fin de semana en el cuartel "para que aprendan lo que es la disciplina".
Así que eso. Es una necesidad, creo yo, que empecemos a ver las cosas un tanto más civilmente. Las Fuerzas Armadas no son "instituciones tutelares", porque la tutela solo la precisan los menores de edad y creo que, como nación, no lo somos. Empecemos a celebrar nuestra nacionalidad y orgullo con concursos literarios, con corsos artísticos, folklóricos, con conciertos de rock, cumbia, huayno y jazz, con música, parrillada y chelas, con una fiesta, en fin, civil. No quiero decir que sustituyamos la fiesta militarizada, pero más peso a la vida civil pues, que es nuestra cotidianidad. ¿O nos alucinamos Esparta?
No es más patriota el que logra acompasadamente hacer un ángulo de 90 grados con sus piernas. Lo es el que se saca la mierda por este país, porque simplemente lo quiere, cotidianamente. Lo es el que asume que la corrupción, la discriminación y demás vainetillas -chicas y grandes- no son ningún adorno para ninguna nación sino todo lo contrario, lacras, baldones que hay que extirpar por amor a nuestra tierra y a nosotros mismos.
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