domingo, 17 de enero de 2010

La chapla nuestra de cada día

En estas tardes de lluvia y frío, siempre viene bien una bebida caliente al llegar a casa luego de la chamba. Pero lo que hace que aceleremos el paso rumbo al hogar no es la imagen del cafecito o la cocoa o el tecito de marras, sino la de disfrutar de una rica chaplita. Con mucha frecuencia, interrumpo el camino a casa para entrar en la panadería de 9 de Diciembre (la mejor chaplería del mundo, a decir de Rochi Cueto, aunque cada cual tiene su favorita), comprar una generosa dotación de recién horneaditas chaplas y salir con la bolsa en una mano y un pan en la otra, para el camino, como es costumbre general. Sospecho que este pan es tan antiguo como la colonia. Su parecido al llamado limeñamente "pan árabe" es lo que alimenta esta sospecha mía. A ver, tradición árabe española, que consiste en varios siglos de presencia musulmana en la madrastra patria, el mencionado pan árabe, la existencia de panes parecidos en diversos lugares de la sierra peruana, son cosas que me hacen pensar en una chapla viejita, de varios siglos de vida. Como esto es solo sospecha, dejo a los panólogos o chaplólogos (ojalá haya alguno) de mi tierra investigar sus raíces; que este servidor prefiere comerse las chaplas antes que investigarlas o buscarles abuelas o medirles el colesterol y los triglicéridos. En fin, las mejores chaplas son las que han sido horneadas a leña, no tienen miga, están doraditas por encima y tienen algunos granos de anís adornando su corteza superior. Y lo principal, las mejores son las recién horneadas. Esto es un enorme problema para los amigos y familiares en, digamos, Lima; siempre comerán una chapla del día anterior, que sigue siendo rica, pero ya no tanto. He anotado que una buena chapla no tiene miga. Cosa muy cierta pero que no impide que podamos reemplazar la miga por, digamos, otros huéspedes. De entre la infinidad de sanguchitos que puede uno preparar con las chaplitas, algunos son mis favoritos. Por sobre todo está el de palta, queso y tomate, maravilla con la que me regalo de cuando en vez y siempre deja en mí una sensación de beatífica gratitud a quien inventó tamaña combinación. La modesta chapla con queso es también muy buena, dependiendo eso sí de la calidad y buena leche del queso. Y si el queso va junto a algo de mermelada de naranja, muy bueno también. Otra combinación dulcete, que me gusta mucho, es la de mermelada de sauco (o fresas) con mantequilla -dije mantequilla, ¡no margarina!-. Finalmente los dos pesos pesados: primero, la chapla con tajadas de lechón asado, cebolla y rocoto, y segundo, con chicharrones acompañados de cebollita y hierbabuena. Pero también se defiende sola, sobre todo cuando uno sale de la panadería de antiguo cuño -sí, una de esas en cuyos patios se amontonan cantidades de leña-, con una bolsa en la mano y, en la otra, una calentita, calentita chapla que va desapareciendo a pedacitos dentro de nuestro esmirriado organismo, dejándonos esa sensación de que sí, hay momentos en que es fácil ser feliz...

1 comentario:

  1. esta es mi version de acompaniante preferido: palta queso y cebolla finamente picada nada mejor que con una buena chapla :)

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