miércoles, 17 de febrero de 2010

¡Y que viva el carnaval!

"Tú me quieres, yo te quiero, los dositos nos queremos, ni tu padre, chesumare, podrá nunca separarnos". Último día de carnaval. El cielo, encapotado, anuncia amenazante una lluvia de esas que no deja rincón seco en el organismo de quien a ella se expone. Pero eso no importa, porque hasta que vuelva tiene que pasar un año enterito. Así que a darle duro, último día de carnaval.
En un post anterior sostenía este servidor que los concursos han, de alguna manera, "domesticado" a nuestro carnaval. Bueno, pero para todo hay salida pues. Sí, las autoridades han tomado la sartén por el mango y son quienes organizan el carnaval y establecen los parámetros en los concursos (total, son ellas quienes quedan como palo de gallinero cuando de letras críticas de canciones carnavalescas se trata), pero eso es en el parque pues, en la plaza de armas. Ahí el jurado califica vestuario y coreografía y canciones inanes y etc., amparados en el viejo argumento del desarrollo turístico y demás mamadas. Pero afuera, en las calles, el carnaval bulle con su propia ilógica y nadie califica nada y ahí estamos, contentos de poder disfrutarlo y anticipadamente algo tristes porque es el último día.
No importa que vaya a llover, sufren las guitarras por el frenético rasgueo, asumen su papel protagónico las quenas, resuenan las tinyas y las quijadas de burro, asoman tímidos los charangos y las mandolinas, imponen su voz los acordeones. Ondean al viento los ponchos, dejando asomar bajo ellos cananas bien provistas a lo Pancho Villa, pero no de balas de fusil, sino de latas de cerveza, o bolsas de lana cual benditas alforjas albergando grandes botellas de ron, pisco, whisky y lo que gustes, o variedad de botas de vino; de sed no vamos a morir.
Y ya tarde, cerca de la medianoche, "carnavales tonto, porqué te vas pronto, porqué no te quedas, siquiera otro día", hasta el próximo año, con la esperanza de que algún día, también en la Plaza de Armas reinará este carnaval, el deaverdadcito, porque de concursitos ya basta, ¿no?

sábado, 30 de enero de 2010

¿A dónde van los carnavales huamanguinos?

Recuerdo cuando era chico, es decir, hace ya muchas lunas, salíamos a la puerta de casa los días de carnaval y era una delicia ver pasar las comparsas, con la gente ya cansada de tanto bailar, pero con la alegría a flor de labios. Tinyas, acordeones, guitarras, charangos mandolinas, quenas, quijadas de burro, pitos, cencerros; los varones atrás, emponchados y con los instrumentos, las chicas adelante, rompiendo los zapatos a punta de baile, más adelante el capitán, de capa y sombrero, cantando todos cosas zanahoriotas como "desde Miraflores, me mandaron flores, en una canastita, llena de amores", o más provocativas, como "huamanguina religiosa, no me lleves a la misa, mejor vamos a Huatatas, a bañarnos jalasiquis", o más politiconas, como "esta democracia, es una desgracia, hasta los cachacos, quieren gobernarnos", o el más directo "Morales Bermúdez, ándate a la mierda...", o el recontra clásico "puñuychallay, puñuychallay, miski miski puñuychallay, runallapa wawallanman, miski miski puñuychallay..." No había mayor organización, total, eran los carnavales, lo que significa todo, menos orden ni concierto. Los visitantes eran prácticamente secuestrados por las comparsas, para bailar con ellos, las hordas de chiquillos y chiquillas que habían estado jugando con agua, betún, talco y demás armas carnestolendas, se ponían a danzar tras las comparsas (llamadas también pandillas). No faltaban las pandillas de uno o dos, algún borrachito que paseaba solo, tocando la quena, u otro lo mismo, pero acompañado por su mujer, igualmente ebria, tocando la tinya. Los carnavales siguen siendo pajas, pero un poco meno. Es que algunas cosas, creo, han cambiado como efecto perverso de los malhadados concursos. Ahora hay coreografías, hay más letras políticamente correctas, hay demasiado orden en el desplazamiento de las comparsas, hay una clara diferenciación entre bailarín y espectador. En suma, hay más control, y eso, la verdad, me deja un dejo amargo en la boca, aunque no por eso deja uno de participar. ¿Cuál es la razón de ser de los concursos? ¿Salvar a nuestras fiestas de la extinción? Pero si los carnavales gozan de mayor salud cada vez, y no precisamente por efecto de los concursos. ¿Incrementar el turismo? Bueno, al parecer, la lógica va por ahí. Y la verdad es que yo no quiero turismo ni nada parecido, si a cambio de eso nos convierten en figuritas de postal y no en lo que somos: gente común y corriente para quienes es siempre saludable tener unos días de soltarse y mandar todo a la mierda, con alegría. Así que ahí va mi mensaje a las autoridades, que tienen la sartén por el mango en estos casos y que, por añadidura, jamás han leído ni leerán este blog: ya pues, no sean lacras, liberen nuestro carnaval, no es cosa suya sino todo lo contrario. Y mi propuesta para quienes estén en sintonía conmigo: sigamos saliendo en comparsas, pero no nos sometamos a los concursos, salgamos como se salía antes, a la deriva y a la buena del destino, que con acogedor manto puede cobijarnos en cualquier tiendita provista de generoso alcohol, como buena pascana antes de seguir dando vueltas, borrachos de felicidad.

domingo, 17 de enero de 2010

La chapla nuestra de cada día

En estas tardes de lluvia y frío, siempre viene bien una bebida caliente al llegar a casa luego de la chamba. Pero lo que hace que aceleremos el paso rumbo al hogar no es la imagen del cafecito o la cocoa o el tecito de marras, sino la de disfrutar de una rica chaplita. Con mucha frecuencia, interrumpo el camino a casa para entrar en la panadería de 9 de Diciembre (la mejor chaplería del mundo, a decir de Rochi Cueto, aunque cada cual tiene su favorita), comprar una generosa dotación de recién horneaditas chaplas y salir con la bolsa en una mano y un pan en la otra, para el camino, como es costumbre general. Sospecho que este pan es tan antiguo como la colonia. Su parecido al llamado limeñamente "pan árabe" es lo que alimenta esta sospecha mía. A ver, tradición árabe española, que consiste en varios siglos de presencia musulmana en la madrastra patria, el mencionado pan árabe, la existencia de panes parecidos en diversos lugares de la sierra peruana, son cosas que me hacen pensar en una chapla viejita, de varios siglos de vida. Como esto es solo sospecha, dejo a los panólogos o chaplólogos (ojalá haya alguno) de mi tierra investigar sus raíces; que este servidor prefiere comerse las chaplas antes que investigarlas o buscarles abuelas o medirles el colesterol y los triglicéridos. En fin, las mejores chaplas son las que han sido horneadas a leña, no tienen miga, están doraditas por encima y tienen algunos granos de anís adornando su corteza superior. Y lo principal, las mejores son las recién horneadas. Esto es un enorme problema para los amigos y familiares en, digamos, Lima; siempre comerán una chapla del día anterior, que sigue siendo rica, pero ya no tanto. He anotado que una buena chapla no tiene miga. Cosa muy cierta pero que no impide que podamos reemplazar la miga por, digamos, otros huéspedes. De entre la infinidad de sanguchitos que puede uno preparar con las chaplitas, algunos son mis favoritos. Por sobre todo está el de palta, queso y tomate, maravilla con la que me regalo de cuando en vez y siempre deja en mí una sensación de beatífica gratitud a quien inventó tamaña combinación. La modesta chapla con queso es también muy buena, dependiendo eso sí de la calidad y buena leche del queso. Y si el queso va junto a algo de mermelada de naranja, muy bueno también. Otra combinación dulcete, que me gusta mucho, es la de mermelada de sauco (o fresas) con mantequilla -dije mantequilla, ¡no margarina!-. Finalmente los dos pesos pesados: primero, la chapla con tajadas de lechón asado, cebolla y rocoto, y segundo, con chicharrones acompañados de cebollita y hierbabuena. Pero también se defiende sola, sobre todo cuando uno sale de la panadería de antiguo cuño -sí, una de esas en cuyos patios se amontonan cantidades de leña-, con una bolsa en la mano y, en la otra, una calentita, calentita chapla que va desapareciendo a pedacitos dentro de nuestro esmirriado organismo, dejándonos esa sensación de que sí, hay momentos en que es fácil ser feliz...