viernes, 12 de agosto de 2011
Nostalgias huamanguinas
Hace poco un amigo subió a su página de Facebook una serie de fotos de Huamanga durante la primera mitad del siglo XX. Fue interesante ver cómo varios de los comentarios que suscitaron las fotos se fueron hacia el lado de la nostalgia. Nostalgia por un mundo tranquilo, de calles empedradas, de iglesias deteriorándose "majestuosamente", sin mototaxis, ambulantes, contaminación, inseguridad, congestión y demás problemas propios de nuestros días. Y es que hay una idealización actual de la Huamanga que se fue, fenómeno nada desconocido en otros lugares, en el que al volver la vista atrás se ve un mundo casi bucólico donde todo era mejor y al que, de alguna manera y secretamente se quisiera volver.
Sin embargo, habría que preguntarse qué tan mejor era. La Huamanga previa a la reapertura de la UNSCH, la que aún no había sido afectada por la Reforma Agraria y que ni se imaginaba la tormenta que a partir de los años 80 la azotaría, era el hogar de una sociedad altamente estamental, pacata, mojigata, ignorante, con élites que nunca se asumieron líderes, donde eran normales las formas de esclavitud que suponían los pongos y los semaneros y que aún hoy perviven en el trato a las empleadas domésticas. Una sociedad tan estúpidamente dividida que cuando el misti pasaba por la vereda, el campesino debía bajarse de ella y darle paso, sombrero en mano.
Hoy, vivimos en una ciudad muy desordenada, con grandes problemas, contaminada y mal administrada por sucesivas gestiones municipales desastrosas y corruptas. Pero son problemas que tienen arreglo pues. Al menos la mojigatería y las formas propias de una sociedad estamental ven sus últimos rezagos a punto de desaparecer, aunque quedan aún formas aberrantes de discriminación. Hoy tenemos ventanas abiertas al mundo, como esta que estoy utilizando en este momento. Hoy el hijo del campesino es ya un abogado prominente. No hemos llegado a la meta en cuanto a inclusión se trata, pero al menos estamos en camino. No vivimos una democracia plena, pero cada vez son menos los imbéciles discriminadores.
Así pues, a esa tranquilidad bucólica, propia de un cementerio, de los primeros años del siglo XX que tanto añoran algunos autodenominados "verdaderos" huamanguinos, que ni siquiera viven acá y solo vienen de vez en cuando a llorar los oropeles perdidos, prefiero mil veces la Huamanga de ahora. Esta Huamanga desordenada pero pujante, sucia pero viva, mal administrada pero alegre.
Ser ayacuchano hoy es algo complejo y hay que construir ese ser excluyendo la exclusión, si se me perdona la redundancia.
* La fotografía que ilustra este post la obtuve de la página en Facebook de mi amigo Jaime Pacheco.
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